lunes, 22 de agosto de 2016

¿Castigos? No, gracias; ni en la escuela ni en casa.




1- Porque los castigos enseñan que la conciencia es algo externo, impuesto. Y las razones para hacer el bien deben estar dentro de uno mismo. Así, minusvaloramos la capacidad de los niños para cumplir las normas y les hacemos perder la confianza en sí mismos.


2- Porque enseñan que se deben cumplir las normas para no recibir el castigo y no porque haya una razón en la propia norma. Por tanto, cuando desaparezca el castigo, desaparecerá el cumplimiento de la norma.


3- Porque es muy difícil ser justo con los castigos, porque no son iguales las situaciones. Además, siempre hay un margen de error, el acto es evaluado y enjuiciado desde fuera y  muchas veces falta información. Por otra parte, los castigos pueden ser injustos porque inciden en el resultado de una acción y no en la causa que ha llevado a esa acción.


4- Porque es muy difícil establecer límites en los castigos: a mayor delito, mayor castigo. ¿Hasta dónde? Si siguen sin cumplir las normas, ¿qué vamos a hacer, matarlos?


5- Porque, una vez cumplido el castigo, la contrición desaparece. Ya no nos sentimos mal por haber errado, porque hemos pagado. Esto apaga la propia conciencia. 



6- Porque se imponen, nacen del poder, de la fuerza y resultan humillantes y alienantes. Además de enseñar la ley del más fuerte, no deja de ser un ejercicio de violencia y la violencia genera violencia. Como un grito, como un tortazo, un castigo es la prueba obvia de que el que lo impone se quedó sin argumentos, se siente desarmado y es sólo por la fuerza que se considera con capacidad para imponer su criterio. Es el momento justo en que como madre o padre dejas claro a tu hijo que nunca debió tener tanta confianza en ti: 

6.1  No eres alguien a quien confiarle tus errores; puede haber represalias.
6.2 No eres alguien con plena capacidad para dar respuestas y, cuando te quedas sin ellas, eres capaz de reaccionar violentamente.


7- Porque generan rabia y ganas de venganza en el niño. Se bloquea con esos sentimientos y le impiden aprender que lo que ha hecho no ha estado bien. Siempre se ven los castigos como algo injusto o desproporcionado y eso da más motivos para seguir insistiendo, intentando que no te pillen, a menos que el castigo sea tan duro que no lo haga por miedo, y una relación basada en el miedo es funesta.


8- Porque el castigo implica culpa, y no queremos niños con sentimiento de culpa, sino con sentido de la responsabilidad.


9- Porque el castigo desvía la atención del niño de su propia acción (más o menos inadecuada) y la traslada a la acción paterna del castigo. De ese modo, el niño concentra sus esfuerzos en algún tipo de venganza o en cómo evitar que le pillen la próxima vez. El castigo obliga a los niños a ser mentirosos (aprenderán a maquillar sus errores) y, por tanto, deterioran la relación de confianza con los padres.


10- No deja lugar a actitudes empáticas y ocupa el lugar de una actitud creativa donde se deberían buscar vías alternativas a la situación.


11- Busca corregir la conducta, y eso implica una situación de constante “vigilancia” del castigado.


12- Implica una valoración de la persona que hay detrás de esa conducta (“has sido malo”), con sus correspondientes mensajes, calificativos implícitos y explícitos. En situaciones grupales pone de manifiesto quién es “mejor” o “peor”.


13- En el caso de los niños menores de 5 años, no pueden ponerse en el lugar del otro, no son conscientes de las consecuencias y no se dominan, así que el castigo es injusto puesto que no son responsables. 




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