jueves, 3 de julio de 2014

Docencia y robots. ¿Podrán algún día los androides ejercer como maestros?









  Mucho se está hablando en los medios de comunicación sobre los robots y sus múltiples aplicaciones en la vida humana. 

   Según la RAE, la palabra robot significa máquina o ingenio electrónico programable, capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas sólo a las personas.

 Pero ¿qué pasaría si dentro de un tiempo se construyera un androide con apariencia y comportamientos totalmente humanos? ¿Sería suficiente este arquetipo para que los niños y niñas aprendieran convenientemente?

  Si únicamente queremos transmitir a nuestros alumnos conocimientos y saberes asépticos y mecánicos, por llamarlos de algún modo, probablemente cualquier androide más o menos avezado podrá hacerlo. Ahora bien, en la docencia, el maestro o maestra es fundamental, y no únicamente como organismo basado en el carbono, sino que la personalidad y la forma de impartir lo que se quiere enseñar a los escolares es de una importancia capital.
  

  Las personas tenemos conciencia. Varias acepciones que nos expone, de nuevo, la RAE sobre este término son las que siguen (al escribir los significados que nos da la Real Academia de la Lengua, lo hago no como algo que restrinja las acepciones de las distintas palabras,  sino como un punto de partida que se ha de ampliar necesariamente poco a poco; la realidad, evidentemente, es siempre mucho más compleja que unas simples definiciones):

 1- Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. 

2- Conocimiento reflexivo de las cosas.  

3- Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo. La conciencia hace que los seres humanos tengamos una vida interior, con pensamientos, sentimientos, olores, colores, sabores, deseos...


  Si algún día los robots llegan a tener conciencia, cosa probable en un futuro lejano, ¿habría alguna diferencia entre un docente robot y uno biológico (persona) a la hora de impartir una determinada clase?  Pues sí y no. No si lo que se quiere enseñar es algo más técnico o mecánico, y sí si lo que queremos transmitir son enseñanzas filosóficas, éticas, de socialización, culturales, espirituales (no confundir con la religión, pues no son lo mismo), artísticas, comportamentales, instructivas, de educación sexual, de pensamiento crítico y de expansión de la libertad... En todo esto, además de los propios conocimientos, es fundamental el modo en el que se imparten éstos y, dentro de esta forma de transmisión de saberes, la personalidad de cada docente el fundamental. Además, el profesor o profesora debe tener un profundo conocimiento de cada alumno, de sus circunstancias personales y de las técnicas didácticas. 

  En mi modesta opinión, no basta con tener conciencia y una apariencia totalmente humanas, sino que hay que ser un humano. O sea, un hombre o una mujer nace, se desarrolla y, por desgracia, muere. Un hombre o una mujer en la mayoría de los casos (no siempre, claro) tiene descendencia. Un hombre o una mujer enferma y siente dolor, y placer. Un hombre o una mujer llora, se ríe, se enoja, se despista, se alegra, se entristece... Los hombres y las mujeres son seres sexuados y sociales. Los hombres y mujeres tienen personalidades muy dispares. ¿Nos podemos imaginar esto (personalidad) en los robots? A mí me cuesta visualizarlo, la verdad. Y, no nos engañemos, un robot nunca poseerá todas estas cualidades; a no ser que el robot en cuestión esté hecho de material biológico en su mayor parte y el resto sea artificial. Pero esto es para otro escrito, pues ya no estamos hablando de un robot, sino de una especie híbrido.  

  En la docencia es totalmente imprescindible el contacto entre el alumno (niño, adolescente) y el enseñante (maestro), al menos en las primeras etapas (Infantil y Primaria); aunque en otros ciclos también es muy importante dicho contacto. 

  Los niños necesitan modelos de carne y hueso en los que mirarse (padres y madres, tíos y tías, maestros y maestras).  ¿Cómo le va a enseñar un robot a un niño, o a un adolescente, algo relacionado con la sexualidad si el propio robot no la tiene? Bueno, un androide podría transmitir a los colegiales conocimientos de sexualidad igual que si el chaval o la chavala escuchara y viera un vídeo en Internet (como decía párrafos atrás, una máquina que imite a un ser humano podría enseñar los conocimientos más asépticos y fríos sobre este y otros muchos temas, pero nunca logrará dar una respuesta a unas preguntas más o menos indiscretas: los alumnos, con su enorme curiosidad, en muchas ocasiones realizan consultas que, de un modo u otro,  son personales e íntimas).

  Algún día los robots podrían ejercer como maestros, sí; y también podrán desempeñar mil profesiones más, pero en la docencia difícilmente sustituirán por entero a hombres y mujeres.  

  Los niños y niñas necesitan a los adultos para mirarse en ellos.



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